"Regalo mi disfraz de espía tuerto, una palabra para cada cosa, y una hilera de casillas decoradas, sin trampa ni cartón. Qué estúpidos que son los reyes magos, no traían el libro de instrucciones.Muy modosos bostezaban en la mesa,ya decía yo. Regalo mi estupendo recortable y unas tijeras, vamos, pegue con sus manos. Un tinglado que se vende en los quioscos y en ferias de ocasión. Qué estúpidos que son los reyes magos, con las prisas no trajeron pegamento. He rezado pero sólo el diccionario quiere tenerse en pie. Y aun así, son bobas mis ofertas, los jugadores se han dado la vuelta, ¡vaya por Dios!. Cada mañana lanzaré los dados contra mi tablero en la pendiente, yo y yo. Regalo la cruz de titiritero, regalo la ensalada de cebollas. Invíteme a la merienda de negros usted que sabe estar. Son pequeños y graciosos los discursos, tan ágiles como un saco de pulgas sin alivio, remítase al panfleto, todos a bailar. Cada mañana lanzaré los dados contra mi tablero en la pendiente. Es inútil pero no me importa porque llevo torta, quieres torta, parapapa. Giran, giran los payasos, los caballos de madera, nada bueno para nadie, llora todo lo que quieras. Más lloras menos meas, más lloras menos meas, parapapapa, parapapapa..."
El Niño Jesús de la Catedral de Autum, al recibir sus regalos, pone una carita de circunstancia que me fascina.
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